¿Cuáles son los límites de la poesía? ¿Hasta dónde puede llegar la expresión poética y, sobre todo, hasta dónde puede llegar su poder de incidencia en un mundo salvaje como el de hoy? Ante los recientes acontecimientos, el estallido de una nueva guerra en Europa y la incapacidad de revertir los efectos humanos sobre el planeta, ¿podemos decir que la poesía ha fracasado? ¿Acaso la poesía ha muerto? Tras ocho años pidiendo educadamente que haya más poesía en el mundo, nos enfrentamos a un planeta herido y exhausto, a un presente en conflicto que no invita precisamente al optimismo y en el que no parece que haya espacio para la poesía. Pero desde el festival sí podemos decir alto y claro que hemos construido comunidad, que hemos ensanchado los horizontes de la poesía y que hemos acercado a mucha gente a un territorio —físico y literario— para que lo sienta suyo y lo cultive. Maresme, poesía y verano... Tres ejes que creemos que pueden seguir invitando a una rebelión grata, y estos años de festival lo ratifican. Pero ni así podemos olvidar las preguntas que nos imponen la actualidad y los viejos fantasmas que se despiertan de nuevo. Hemos querido ser bálsamo durante los momentos más inciertos de la pandemia, hemos querido ser celebración cuando vislumbrábamos ya una salida... Y ahora, ¿qué?
Ahora, la única salida posible: no renunciar. No renunciar a la fuerza de la palabra, no renunciar a los espacios en los que cabe todo el mundo, no renunciar a nuestra disidencia, no renunciar a nuestro compromiso con el entorno y todas las vidas, humanas y no humanas. No renunciar al grito de Palau i Fabre, que supo esparcir colores cuando la realidad insistía en el blanco y negro. Que supo mirar su entorno de manera incómoda cuando todos insistían en una realidad idílica e inverosímil. Que supo exprimir la vida sin constricciones ni reservas. Nada nos será arrebatado, porque nada es propiedad de nadie: la vida está para vivirla, esta podría ser una de sus lecciones. Frente a los trapos sucios de sangre, nuestra bandera es la hoja en blanco y un par de ojos para escribir con tintas de lo más diverso.
Este año, con las heridas abiertas y el cuerpo en convulsión, hemos querido redoblar la apuesta por un festival joven y disidente. Una programación que quiere ser actual, vinculada al territorio, abierta y experimental, instintiva e intuitiva, arraigada y libre para decidir serlo todo. Es nuestra mirada de la poesía frente a un mundo más veloz que nunca, que abre nuevos escenarios del choque continuamente y que espolea a viejos caballeros negros. Acercamos la mirada a una poesía que quiere ser comunidad y relámpago: palabras que nos interpelan, que proponen, que quiebran las grandes convenciones y las ideas rectas. A nosotros nos gustan las palabras curvas y las voces curvas, los caminos torcidos, los cuerpos ondulantes y los gestos oblicuos... la poesía que resuena en nuestro presente.
Hemos querido hacer el festival que el joven Palau i Fabre desearía compartir con sus compañeros en un momento como el actual. Una programación enraizada en el territorio y a la vez abierta a todas las identidades y a los brotes que surgen entre el cemento de las convenciones. Desde la poesía hacia el texto y hacia las voces, hacia la música y el cuerpo, hacia el espacio compartido y la introspección. Queremos que os sintáis en casa más que nunca, porque ahora mismo construir una casa abierta es casi una utopía y un imperativo. Os esperamos con los brazos abiertos.
Líneas de programación:
Organiza: Fundació Palau de Caldes d’Estrac
28 de junio - 10 de julio
La poesía ha muerto. La poesía ha fracasado. Y nos toca estar de duelo y dejar que el negro lo amara todo. Negación absoluta. Pero... ¿para qué sirve la poesía? ¿Hasta dónde puede llegar su poder de incidencia en un mundo salvaje como el de hoy? ¿Cuáles son los límites de la poesía? ¿Ya no podemos confiar en sus versos? ¿Son placebo? ¿Son una estafa? Después de estar pidiendo educadamente que haya más poesía en el mundo (+ poesía si us plau), nos enfrontamos más que nunca a un planeta herido y exhausto, a un presente en conflicto que no invita precisamente al optimismo: no podemos olvidar las preguntas a las que nos aboca la actualidad y los viejos fantasmas que se despiertan de nuevo. La poesía ha sido bálsamo durante los momentos más inciertos, catarsis, cuidado, y también una puerta al optimismo y a la celebración cuando ya atisbábamos una salida. ¿Y ahora qué? ¿Y el poder transformador de la poesía, dónde está? ¿Puede que no haya transformado nada? ¿O quizás esperábamos demasiado? Es más: ¿puede tener la poesía alguna utilidad? ¿Puede ser un refugio? ¿Puede algo tan inmaterial atenuar el dolor, derribar la desesperanza? ¿Realmente nos puede mejorar, la poesía? ¿Puede hacer del mundo un lugar mejor? ¿Y salvarnos de nosotros mismos? Hoy día todo nos dice que no. Las guerras, las crisis migratorias, los límites del planeta y la avaricia humana... ¿No hay espacio para la poesía, en este mundo? Pese a esto, nos queda una última y definitiva pregunta: ¿realmente la poesía ha muerto? No podemos aceptar un sí como respuesta. ¿Podríamos renunciar a la fuerza de la palabra, a la belleza, a la esperanza, a los espacios donde caben todas las sensibilidades, a nuestra disidencia, a nuestro compromiso con el entorno y con todas las vidas, humanas y no humanas? Ahora la única salida posible es no renunciar. No renunciar a nosotros mismos. No renunciar al presente ni al futuro. No renunciar a ser escuchados, a nuestro grito: + poesia si us plau. Con las heridas abiertas y el cuerpo en convulsión, nos toca poner en duda nuestro rol, el rol de la poesía, de nuestra comunidad. Es la mirada y la bandera de la poesía frente a un mundo que abre continuamente nuevos escenarios de choque y que espolea viejos caballeros negros. Nos toca enfrentarnos al espejo y hacernos preguntas incómodas. Preguntas que nos abran los ojos, que nos hagan volver a brillar. La poesía ha muerto. Viva la poesía.
+ POESIA SI US PLAU